El día que paramos un autobús escolar haciendo autostop

Estábamos haciendo autostop en Letonia, recorriendo los casi 200 kilómetros que separan Riga de Ventspils. Aquel día no habíamos conseguido ningún coche que fuera directo a nuestro destino, ni siquiera más de 30 kilómetros. Una recorrido que normalmente nos habría llevado 2 ó 3 horas, y en esta ocasión apenas habíamos pasado los primeros 100 kilómetros.

El tráfico era reducido, pocos coches se dirigen a la costa un lunes. Entonces vi un autobús en el horizonte.

– Pablo: ¿Sabes lo que sería un puntazo?
– Ilze: Sorpréndeme.
– Pablo: ¡Parar un autobús haciendo autostop!
– Ilze: Venga, ¡y qué más!
– Pablo: He oído de casos en que un autobús paró, e incluso un taxi, ¿por qué no?
– Ilze: Por poder…
– Pablo: ¡Vamos a parar este autobús!

El autobús siguió aproximándose, mientras yo mantenía mi brazo extendido, puño cerrado y pulgar firme. Una posición que, pese a la costumbre, comenzaba a resultar incómoda tras varias horas sin apenas descanso. Mis ojos permanecían fijos en el conductor, buscando el cruce de miradas, y la sonrisa siempre en mi boca.

Según se acercaba pude distinguir que se trataba de un autobús escolar. ¡Mejor todavía! ¿Parará? Pues claro que parará, ¡qué pregunta más tonta!

No fue hasta que faltaban menos de 100 metros cuando empezamos a vislumbrar cómo el conductor aminoraba velocidad y se disponía a parar junto a nosotros. Unos pocos segundos después la puerta delantera se abría y un sonriente conductor nos preguntaba en letón cuál era nuestro destino hoy.

¡Vamos a Ventspils haciendo autostop en un autobús escolar!