La costa de Montenegro en bicicleta

Pedaleamos la última docena de kilómetros desde nuestro lugar de acampada hasta la frontera entre Croacia y Montenegro.

Un mero trámite para mi, pero una queja constante por parte de la población local; que no termina de entender la necesidad de fichar por cruzar a la que hasta hace poco era la región vecina.

El puesto fronterizo en el lado croata era el más relajado con el que me he topado. Sólo había un policía junto a la pequeña cabina, y ni se molestó en revisar nuestros papeles. Estaba muy ocupado hablando por teléfono, por lo que sin apenas sacar el pasaporte de la bolsa nos hizo un gesto de continuar. ¡Adiós Croacia!

El puesto fronterizo de Montenegro

Sello de Montenegro en el pasaporte

Unos pocos cientos de metros más allá se encontraba el puesto fronterizo de Montenegro.

Como en el resto de los Balcanes, hice uso de mi carnet de identidad para evitar gastar páginas de mi pasaporte. Otros coleccionan los sellos, yo prefiero ahorrármelos para evitar -o al menos distanciar- el momento en el que tenga que renovar el pasaporte estando en la otra punta del mundo.

No he encontrado demasiada información al respecto, pero no parece que sea un proceso que se realice en el momento; sino que supondrá un escollo y parón indefinido hasta que las administraciones de turno y la embajada se pongan de acuerdo.

Ilze, en cambio, no tiene la tarjeta de identidad letona ya que hasta hace un año no existía, y por lo tanto está haciendo uso de su pasaporte.

Please, no me estampes en medio de una página vacía, usa una de las que ya tienen sellos… Necesito las páginas vacías para visas en Asia.

Repite lo mismo en cada puesto fronterizo, y los resultados son bastante aleatorios. En esta ocasión le hicieron caso, a medias. Le pusieron el sello en una página que tenía otro más, pero lo estamparon en medio de dicha página. A ella no le hizo demasiada gracia.

Primera vez en Montenegro

Cicloturismo en la Bahía de Kotor, Montenegro

Estábamos a punto de rodar, por primera vez, sobre tierras montenegrinas; nunca antes habíamos recorrido esta parte de los Balcanes.

Entrando a Montenegro por la costa nos dio la oportunidad de recordar lo que es pedalear en llano. Llevábamos varias semanas recorriendo carreteras tipo tobogán, un sube y baja constante, y se agradecía la oportunidad de ir junto a la costa.

Allí nos reencontramos con Ishbel, la chica escocesa viajando en bicicleta con la que habíamos compartido las últimas dos semanas en Mostar y pedaleando juntos por Bosnia y Croacia. Así como a un par de chicas canadienses que conocimos la noche anterior en el camping gratuito del miembro de Warmshowers. El que recibe a sus inquilinos en ropa interior.

Bordeamos todos juntos la famosa Bahía de Kotor; una bahía dentro de otra bahía, como si de una península de agua se tratara.

La carretera que bordea dicha costa son unos 40 kilómetros de largo, y allí acampamos con 3 tiendas de campaña, junto a una de las playas. Ventajas de llegar a Montenegro en temporada baja.

Durmiendo bajo las estrellas en la Bahía de Kotor, Montenegro

Nuestro lugar de acampada era perfecto, a escasos metros del mar, con árboles para ocultar un poco la tienda de campaña y un bar cercano con un buen wifi que podíamos coger desde uno de los extremos de la playa.

¿Qué más se puede pedir para dormir? ¿por qué querrías ir a un camping para pasar la noche?

La costa montenegrina en bicicleta

La costa de Montenegro

Tras bordear la bahía de Kotor, continuamos bordeando la costa en dirección a Ulcinj, donde nos íbamos a alojar en casa de un miembro de Couchsurfing.

Por el camino hicimos noche en el bosquecillo de un edificio religioso, junto a una pequeña capilla. ¡Hasta teníamos una fuente y vistas de la playa desde lo alto!

Y, a la mañana siguiente, continuamos el sube y baja de la costa de Montenegro. Ascensión de 100 metros, descenso de 130, ascensión de 180, descenso de 90, ascensión de 50, descenso de 120, ascensión…

Por el camino paramos a descansar junto a la sombra de un edificio, e hicimos uso de un wifi abierto de una de las casas para revisar el correo y avisar a nuestro host de Couchsurfing que estábamos en camino.

Uno de los vecinos llegó en coche con su hija y nos vió con las bicicletas. Tras aparcar se acercó a preguntarnos de dónde éramos, a dónde íbamos, cuánto tiempo llevábamos viajando… Minutos más tarde regresó con una bolsa con un par de kilos de mandarinas. ¡Gracias!

Couchsurfing en Montenegro

Couchsurfing en Montenegro

Pero, finalmente, llegamos a Ulcinj. Resulta que no nos íbamos a alojar en su casa, sino en hostel. Aquello sonaba raro e hizo saltar nuestras alarmas. ¿Es esto Couchsurfing? ¿O pretende cobrarnos?

Aparcamos las bicicletas y charlamos durante un rato con nuestro anfitrión. No hizo mención de pago y eso nos tranquilizó. Nosotros lo teníamos claro, si decía cualquier cosa al respecto cogíamos las cosas y nos marchábamos para acampar a las afueras; y si a la mañana siguiente, por sorpresa, pretendía que le pagáramos por alojarnos, lo llevaba claro.

Afortunadamente nuestro nivel de alerta se fue relajando conforme se prolongó la velada. Su nivel de inglés no era demasiado bueno pero nos entendíamos, y su intención con Couchsurfing era mejorar su inglés para poder trabajar en su hostel, que acababa de abrir.

Una fuerte tormenta azotó la zona durante los siguientes días, por lo que paramos allí un par de días y le eché una mano con tareas que no había sido capaz de resolver como dar de alta su negocio en Tripadvisor o en Google Maps.

También descubrimos que la región de Ulcinj es la más pobre de Montenegro porque pertenece provisionalmente al país, su población es de mayoría albanesa, y el gobierno central no quiere invertir en dicha región ya que podría acabar en manos de Albania en el futuro.

Muestra de hospitalidad montenegrina como despedida

Control fronterizo entre Montenegro y Albania

La carretera que nos llevaría hacia el lago de Skadar y la frontera albanesa era espléndida y, tras un par de repechos, bastante llana. Una delicia para pedalear.

A mitad de camino vi una panadería y paramos a comprar algo para poner en el estómago. Tenían una especie de bollo de pizza por 20 céntimos de euro, de palmo y medio de largo, que despertó mi apetito; y nos sentamos en una de sus mesas a disfrutar de nuestro almuerzo.

Fue entonces cuando un paisano montenegrino se acercó a nosotros, y tras hacernos un par de preguntas sobre nuestro viaje en perfecto inglés, nos invitó a un par de yogures y un burek inmenso.

No podíamos haber imaginado una despedida mejor que aquella. ¡Muchas gracias por todo Montenegro!