Acampada libre en el Mediterráneo francés

Otra noche despertándonos con el sol calentando la tienda de campaña, y los pájaros piando a nuestro alrededor.

Acabamos de abrir los ojos, esta ha sido la quinta noche desde que cruzamos la frontera francesa, cinco días en el país vecino, cinco días durmiendo al aire libre.

Tras varios meses dando vueltas por España y Portugal sentíamos la necesidad de movernos, de explorar nuevos lugares, pero por el camino nos tocaba pasar por Francia de nuevo.

Diferencias entre el verano y el invierno en Francia

Habíamos conocido Francia en bicicleta este invierno, y guardábamos buenos recuerdos de la hospitalidad de aquellas personas que nos invitaron a sus casas.

Pedalear en verano tiene un inconveniente, todo el mundo está de vacaciones, todo el mundo tiene planes; por lo que acaba resultando muy complicado que alguien te acepte una petición en Couchsurfing o Warmshowers. Nuestra falta de planes y fechas, así como de acceso estable a internet, tampoco ayudan en este sentido.

Esto nos ha llevado a no entrar en una vivienda en cinco días. Y aún nos quedan otros dos hasta que lleguemos a Marsella, donde un amigo nos ha invitado a parar y descansar.

El mayor inconveniente de estos cinco días a la intemperie no es la falta de cobijo, de ducha caliente, de una lavadora o de una cocina; sino de contacto humano, de intercambio y conversación.

Estamos recorriendo la costa hasta Marsella y, en estas fechas, todo resulta extremadamente turístico. Gente de vacaciones y negocios montados para turistas. Y nosotros pedaleando entre medio con nuestras bicicletas cargadas de trastos y ropa sucia. Rodeados de tanto veraneante parecemos vagabundos, gente sin hogar, pero me considero libre de hogar. Home-free, no homeless.

Durmiendo en la tienda de campaña en Francia

La primera noche la pasamos en un parque. Habíamos cruzado la frontera y, tras varios kilómetros de descenso, nos topamos con un parque. La puerta estaba cerrada, pero los setos que hacían de verja estaban bastante escuálidos, por lo que entramos con las bicis de cabeza hasta la otra esquina del parque, y montamos la tienda de campaña.

Al día siguiente no teníamos fuerzas para pedalear, habíamos pasado el día anterior pedaleando con un fuerte viento en contra, y hoy seguía soplando por igual.

Acabamos pasando buena parte del día utilizando el WIFI de un McDonalds, mientras íbamos por turnos al supermercado cercano a comprar algo de pan para comer. ¡Gracias, McDonalds, por dejarnos utilizar vuestro WIFI en todo el mundo sin echarnos en cara que no consumamos!

Bien entrada la tarde, y con el viento todavía rugiendo con fuerza, regresamos a la carretera sin intención de hacer kilómetros, sólo de buscar un nuevo rincón donde acampar.

Un bosque junto a la carretera cumplió con nuestros requisitos, y allí pasamos nuestra segunda noche acampando en Francia.

Las rutas para bicicletas de Google Maps

En bicicleta sobre el agua

El viento amainó y, ligeramente recuperados, nos pusimos en marcha de nuevo.

Tras tantos meses por la Península Ibérica ya me había olvidado del placer que es usar Google Maps para buscar rutas en bicicleta. No funciona en todo el mundo, pero en aquellos países donde permite buscar la ruta de esta manera es una herramienta comodísima para evitar la mayor parte de tramos de carretera y encontrar carriles bici, vías verdes y senderos.

Salimos de la carretera, enganchamos vía verde tras camino rural, y carril bici tras sendero.

Pasamos junto a lugares encantadores para poner la tienda de campaña, pero queríamos seguir pedaleando. Cuando por fin nos planteamos acampar no encontramos ni un pedazo de tierra donde poner la tienda. Todo era propiedad privada o campings oficiales, que más que campings parecen aparcamientos para caravanas, todas apiladas y arrejuntadas. ¡No acamparía allí ni aunque fuera gratis! Mucho más a gusto practicando la acampada libre en algún bosque.

Se hizo de noche, y bajo la luz de una luna menguante surcamos por una vía verde junto a un canal. Agua a la izquierda, agua a la derecha, y un carril en medio. ¡Cojonudo! ¡A ver dónde plantamos la tienda aquí!

Afortunadamente, y tras mucho pedalear, la superficie terrestre se ensanchó y pudimos poner la tienda en el césped junto a un museo.

Despertar amargo en la tienda de campaña

A las 6:40 de la mañana el sol nos sacó del saco de dormir, a las 7:00 abrimos los ojos, a las 7:30 empezamos a empaquetar las cosas, y a las 7:55 -cuando estábamos a punto de desmontar la tienda- uno de los trabajadores del museo -o de la reserva natural donde nos encontrábamos- empezó a echar espumarajos por la boca por estar allí acampados.

¡Buenos días para ti también! Y volvimos a montarnos en las bicicletas, en ayunas, pedaleando rodeados de agua hasta el primer árbol con el que nos topamos, hasta esa primera sombra bajo la que desayunar.

No teníamos pan, no teníamos leche ni yogur, no teníamos cereales… Sólo teníamos arroz y dos huevos, así que desayunamos arroz con huevo. Y, por darle algo de sabor, lo rociamos con chili. Era el tercer plato de arroz que me metía entre pecho y espalda en las últimas 36 horas.

Durmiendo al raso bajo la lluvia

Nuestro pedaleo nos llevó por caminos hasta una playa de dunas enorme, kilómetros y kilómetros de playa protegida como reserva natural. Se había vuelto a hacer de noche y aún no habíamos puesto la tienda de campaña.

Cuando la carretera se acabó, y sólo quedaba una vía ciclista por la que continuar los 10 kilómetros restantes hasta el otro extremo de la playa, empezó a tronar.

Relámpagos iluminaban el cielo, hasta entonces oculto sobre un manto de nubes. Mirando a nuestro alrededor -como llevábamos haciendo los últimos 20 kilómetros- no veíamos un lugar donde poner la tienda de campaña.

Apresurados por la inminente tormenta, y sin otra alternativa mejor, decidimos prescindir de la tienda y bivaquear en la plataforma de los baños junto a la playa.

Habría sido un lugar ideal si no fuera por un pequeño detalle, el tejadillo de dicha construcción no estaba terminado. Tenía columnas y vigas, pero no había nada encima, por lo que el agua lo atravesaba en franjas de medio metro.

Aprovechando dichas columnas, coloqué nuestra tarpa para protegernos de la lluvia. Y sacamos nuestras bolsas impermeables para el saco de dormir. Allí pasamos la noche, con el agua salpicando sobre nuestras bolsas, sintiendo la humedad, pero relativamente protegidos de la lluvia.

Otro despertar temprano con el sol en la cara, para media hora más tarde ponerse a llover de nuevo. Tras varias tentativas, parece que las nubes grisaceas se alejaron y decidimos ponernos en marcha.

Duchándonos en la playa

Anoche no nos habíamos podido dar una ducha, y sentíamos que nos urgía. Cuando llegamos al otro extremo de la playa nos encontramos otra caseta, esta con una ducha, y aprovechamos para despelotarnos allí en medio y darnos una buena ducha con agua fría. El primer contacto con el agua fría me hizo dar un bote, sobretodo porque el sol aún no pegaba con tanta nube, pero tras enjabonarme no quería salir del agua. No quería volver a pedalear, no quería volver a sentirme sucio.

Más bicicleta, más pedaleo, más caminos y vías verdes; siempre rodeados por agua. Toda la zona del sudeste de Francia está plagada de pantanos y canales, lo que la hacen ideal para pedalear.

Otra visita al supermercado, otra cena con arroz, y otra noche más durmiendo en un bosque junto a la carretera.

Hemos disfrutado de la costa, pero tenemos ganas de ver algo más del país, algo más de la realidad de Francia, volver a entrar en contacto con el país. Tras Marsella nos dirigiremos a Italia por el interior, cruzando los Alpes y alguno de sus picos de más de 2000 metros de altitud. ¡Ya tenemos ganas de montañas!