Pedaleando y acampando por la Bosnia más salvaje

Tras un gran recibimiento en Bosnia, eso sí, pasado por agua; nos dirigimos hacia las montañas de Parque Nacional de Una con nuestras bicicletas. La idea era atravesar las montañas y las zonas más rurales del Sur de Bosnia Herzegovina con rumbo a Mostar, la única ciudad que habíamos marcado en el mapa como “destino turístico a visitar”.

Nuestra primera tarea del día era encontrar agua y comida, tareas que nos llevaron más de lo previsto. En la Bosnia salvaje puedes recorrer docenas de kilómetros sin cruzarte con un alma, menos aún con una tienda.

El Parque Nacional de Una en bicicleta

Fuente en el Parque Nacional de Una, Bosnia

La carretera nos resultaba un tanto aburrida, así que cuando vimos una carretera secundaria adentrándose hacia las montañas y a un río, decidimos tomarla. Allí encontramos algo más de vida, una señora vendiendo productos caseros y gracias a la cual descubrimos las delicias de la salsa Ajvar, una mezcla de vegetales (pimiento, berenjena, tomate…) que se come untándola con pan, pero que a nosotros nos ha dado buenos resultados con macarrones.

Llegamos hasta la rivera de un río y, obviamente, decidimos seguir su curso. Así nos topamos de narices con un camping y, cómo no, fuimos a preguntar si les importaría que nos diéramos una ducha. Era el cuarto día sin ducharnos y ya iba tocando. Los propietarios del camping no pusieron ninguna pega y hasta nos invitaron a tomar un café con ellos, pese a que no hablábamos ningún idioma común.

Probablemente podríamos haber pasado la noche gratis allí mismo, pero decidimos continuar pedaleando una hora más ya que estábamos disfrutando de la carretera y aún quedaban un par de horas de luz.

Un lugareño nos paró preguntándonos si necesitábamos algo y nos recomendó una fuente a escasos kilómetros con un agua muy buena, según dijo ese agua era muy buena para tener buen sexo. Así que decidimos rellenar nuestras botellas allí y hasta aprovechamos para cocinar nuestra cena junto a la fuente.

Acampada libre con riesgo de de minas

Parque Nacional de Una, Croacia

Una hora más tarde habíamos encontrado un campo junto al río donde poner la tienda de campaña y pasar la noche. Estábamos algo preocupados por el riesgo de minas, pero confiábamos que siendo aquello un Parque Nacional estuviera limpio de minas; no habíamos visto ningún cartel alertándonos del peligro por la zona y aquello nos reconfortaba lo suficiente.

Allí disfrutamos de otra noche bajo las estrellas, pero también del rocío y humedad que nos obligaba -una vez más- a pasar varias horas por la mañana secando la tienda de campaña.

Sin sustos ni sorpresas, seguimos pedaleando, adentrándonos en las montañas y saliendo de la zona del Parque Nacional.

Las señales de minas antipersona nos rodeaban a nuestro paso

Minas en Bosnia

La carretera que tomamos nos hizo ascender y ascender bajo un sol que nos dejaba sin energías, y para más inri, los carteles de minas habían regresado al margen de la carretera y convertían hasta una parada para mear en una preocupación.

Nos propusimos seguir pedaleando hasta llegar al siguiente pueblo, donde podríamos preguntar donde acampar y donde -supuestamente- el riesgo de minas sería mínimo. Fue un día largo, pero finalmente llegamos a una pequeña ciudad (¿o un pueblo grande?) donde un parque público fue nuestro lugar de acampada.

La policía nos pagó una visita por la noche, pero esta vez no nos querían echar de allí -como en España- sino que simplemente querían asegurarse de que estábamos bien y darnos su teléfono por si necesitábamos algo. Una ligera diferencia con la actitud de la Guardia Civil.

Acampando en un parque público

Tras aquella experiencia positiva, y alertados del riesgo de minas, decidimos que lo mejor era llegar todos los días a algún pueblo y acampar en un lugar público. Nuestra acampada libre pasó de ser a escondidas a buscar parques públicos donde poner la tienda de campaña.

Además, aquellos pueblos grandes, distanciados entre sí normalmente 40 ó 50 kilómetros, eran los únicos lugares donde se podía encontrar alguna tienda de ultramarinos donde comprar algo de comida.

Las montañas más salvajes de Bosnia-Herzegovina

Cicloturismo en la Bosnia más salvaje

Nuestra ruta buscaba adentrarse en los lugares más salvajes, más tranquilos, donde la naturaleza campaba a sus anchas. No fue una tarea complicada en Bosnia. No tardamos en salirnos del asfalto y pedalear por carreteras que no eran más que caminos de tierra.

Allí acampamos en campos entre vacas sin preocuparnos de las minas, si el ganado campa a sus anchas debe ser por algo.

Un pastor se aproximó a nosotros ofreciendo su ayuda, y como de costumbre, preocupado por si no pasaríamos mucho frío en la tienda de campaña. Unos minutos antes habíamos parado en su casa para pedir agua, donde su mujer nos había rellenado las botellas con agua de lluvia.

A la mañana siguiente seguimos pedaleando tras despedirnos de los pastores.

La hospitalidad Bosnia

Hospitalidad bosnia

Ya nos habíamos acostumbrado a pedir permiso para acampar en los jardines, tras nuestra llegada a Croacia parecía que la gente estaba mucho más dispuesta a aceptar este tipo de peticiones; no como en Europa Occidental, donde te miran -en ocasiones- con mala cara y te señalan el camping más cercano -que normalmente está cerrado-.

Tras una parada de aprovisionamiento en un supermercado comenzó a lloviznar y anochecer, y decidimos ir a pedir permiso para dormir en el jardín de la casa más cercana donde parecía verse el fuego de la chimenea a través del cristal de la ventana.

Allí nos recibió una anciana que, sin pensárselo dos veces, nos invitó a su casa. Nos entendimos en un alemán básico mezclado con signos y dibujos, y pasamos una entrañable velada con ella y algunos de sus amigos y vecinos que pasaron a visitarla cuando oyeron que aquellos dos desarrapados en bicicletas que habían parado en el supermercado eran capaces de comunicarse -malamente, eso sí- con su amiga.

Nos dió de cenar y desayunar, nos ofreció una ducha y una habitación, nos trajeron regalos como jabón casero y hierbas para hacer infusiones y té… Y hasta nos pareció que se le caía una lagrimilla cuando ya era hora de marchar. Una muestra más de la bondad del ser humano en todos los rincones del mundo, y en este caso en Bosnia-Herzegovina.